No le Preguntes al Viento…

En mi pueblo natal, había un parque…en realidad hay más de uno, pero tengo más recuerdos de uno en especial. Con algunos bancos, un túnel y una pequeña torre con una locomotora pintada que recuerda un episodio histórico del municipio.
La verdad es que, en lo que se refiere a césped y vegetación, no sè ahora, pero nunca ha sido un ejemplo de belleza…..era más bien amarillo, en lugar de verde….pero recuerdo que un día, jugando por allí vi que en medio a tanto amarillo y marrón, había empezado a abrirse una puerta una pequeña flor blanca con sus cuatro hojas verdes. Era perfecta, brillante, espléndida, llena de vida. Durante varios días pude ver la estupenda flor, elegante y fuerte.

La flor estaba llena de semillas. Todas ellas un poco asustadas debido a que alrededor, no había otras flores como la suya….”¿dónde iremos a parar?”, “¿què será de nosotras?”….estas eran algunas de las principales preocupaciones de las semillas. Sabían que, con la primavera, y los primeros vientos, iban a tener que cambiar de posición y formar su propia casa, su propia flor……Llegó el día y el viento sopló fuerte, muy fuerte….todas las semillas no pudieron resistir al empujón del viento y se vieron obligadas a dejarte llevar:
– Adiosssss
– Adios amiga, que tengas suerte
– Que vaya bien, cuídate
– Adiossss
– Adiossss
Y así, poco a poco, se fueron perdiendo de vistas unas a otras. A la mayor parte de ellas les fue bien, cayeron en zonas de tierra, prados, huertos y otros terrenos favorables a su crecimiento. Todas menos una, la más pequeña de las semillas….siendo más ligera, el viento la empujó mucho más hasta que la dejó caer en medio de una ciudad, concretamente en una acera de cemento duro y viejo.
La semilla estaba desorientada, ¿què tipo de terreno era èste? ¿què iba a hacer ahora? Dudó durante algunos minutos mientras estudiaba atentamente el lugar y, poco después, vió un montoncito de polvo y algo de arena, seguramente depositada a su vez por el viento. Empezó a trabajar para crearse una casa y a echar sus raíces. Le costó mucho trabajo porque prácticamente no tenía espacio, sin embargo, siguió trabajando para conseguir su objetivo. Y lo consiguió, después de varias semanas, las primeras hojitas verdes, diminutas pero vivas.

Justo enfrente a dónde la semilla echó sus raíces había un banco donde todos los días, sobre las once de la mañana se sentaba un chaval de unos 30 o 35 años. Parecía siempre confuso, entre serio y triste, nunca sonreía y su mirada se perdía durante casi una hora en quièn sabe cuáles pensamientos.
Una mañana, el jóven se dio cuenta de la presencia de la planta, casi no podía creer lo que estaba viendo. Cuando se levantó para irse, con una sonrisa amarga, dijo “No lo conseguirás” y pisó las hojas hasta aplastarlas completamente.

La semilla estaba triste, se sentía cansada y decepcionada. Había perdido en pocos instantes el trabajo de muchas semanas. ¿Què haría ahora?

Algunos días después, cuando el joven volvió fiel a su cita con el banco y sus pensamientos, se quedó boquiabierto cuando vió que esta vez, en lugar de dos hojas, eran cuatro. Verdes, fuertes y desafiantes.
Esta vez no pudo evitar sentir admiración por la planta, por la determinación de la pequeña semilla. Había conseguido de nuevo brotar, cuando todo a su alrededor jugaba en su contra.
La observó durante casi una hora, y cuando se iba, le sonrío y acarició las 4 hojas. Fue un ejemplo para él. Y no podéis ni imaginar què orgullo para la pequeña semilla aquel gesto cariñoso del jóven sin amigos.

 

No le preguntes al viento por què estás donde estás, trabajo para mejorar lo que tienes, aunque creas estar en una situación de desventaja. La mayor parte de las veces, el viento nos deja donde estamos por una razón.

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